26.2.09

Canción de adelanto

Beggar/Lover, en formato mp3 de ultimísima generación, todo bits y kiloherzios.

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14.2.09

Impossible Germany, unlikely Japan

Ha pasado un año. El siete de febrero de 2008 Mario, Pepe y yo nos montamos en mi coche para diez días de conciertos y carretera que nos llevaron de León a Viena y back again. Entonces me pareció que sería buena idea llevar un diario de viaje que luego pudiese publicar aquí y así lo hice. Cada noche antes de dormir y algunas mañanas, mientras desayunaba o esperaba por los demás, fui intercalando algunas notas entre la relación de gastos y el repertorio del día con las que trataba de fijar algo duradero en el vértigo de ciudades, caras, idiomas y autopistas.

Ya de vuelta en casa aquellas notas se quedaron en el cuaderno al que pertenecían; se reivindicaban demasiado personales o no lo bastante inteligibles como para publicarlas. Ahora, cuando todos -me myself el primero- nos hemos convertido en personajes de ficción, parece un buen momento para transcribirlas aquí, donde nada tiene demasiado sentido ni debe ser tomado completamente en serio.

O7 (París)

She said ‘hey wake up…’. Son las tres de la mañana de un jueves helado y París se abre alrededor como una flor de papel en un cuenco lleno de agua. Tenemos quince horas para llegar a Saarbrücken y resulta obvio que pasar la noche deambulando por la ciudad es lo único razonable que podemos hacer.

08 (Saarbrücken)

Vuelven a ser las tres de la mañana cuatrocientos kilómetros más tarde y Saarbrücken se aleja bajo un cielo raso de fotografías de fotografías. Mefistófeles tiene cinco sílabas y de un tiempo a esta parte todas riman con duelo.

Cuando la mañana se refleja sobre la tinta húmeda.

09 (Hamburgo)

El Reeperbahn es el plano secuencia que lleva de una alcantarilla roja a una alcantarilla azul y nosotros la sombra de la cámara. Hay una poesía que no entiendo y balsas en la carretera que vibran con el timbre de un arpa. A veces los ojos que se enredan entre los árboles ríen palmas de oro y el polvo de los tejados cae sobre los tejados desde los tejados y las balsas en la carretera ríen polvo de oro sobre los tejados.

N.B.: En la televisión, la cara del cantante de Linkin’ Park es un cruce desvergonzado entre la cara de Micah P. Hinson y la de Eminem. Eso sí lo sabemos. Vendemos discos y miramos al suelo mientras cogemos el dinero; eso también lo sabemos, pero evitamos hablar de ello. Y porque toda esta poesía que no entiendo hoy dormiré con dos jerséis y mañana tal vez despierte con dos espaldas.

10 (Berlín)

Para que el tiempo exista, los días deben apoyarse cada uno en el siguiente y, por eso mismo, los dientes de Berlín encajan en las caries de Hamburgo como tu mano en mi mano. Nos estamos acostumbrando a ser el main act exótico de una película a medio hacer que ninguno entiende del todo y que consiste en perseguir conejos imaginarios entre pantanos y bosques y ataques de tos. Es nuestra cuarta noche fuera de España y resulta un poco molesto ver que nada volverá a ser igual. Nada.

11M (Berlín)

Pesadillas y una pelota de tenis en la garganta. La vida siempre sigue y lo grande se arruga como la piel de una manzana abandonada en el suelo de un desván. Al menos, tengo seis minutos para darme una ducha.

11N (Kiel)

Kiel con /i:/ y /l/ palatal; un ático que flota en la niebla y grupos de tres como los que a Gerturde Stein le hacían tanta gracia en Hemingway. Alemania ha acabado siendo un país inconcebiblemente hospitalario cubierto de árboles indiferentes que ni siquiera giran la cabeza cuando pasamos. Estamos a 4262 kilómetros de volver a España y cada hora sienta más como una prórroga que como un regreso. Hemos decidido pasar otra noche en París y los alemanes muestran su conformidad comprando cedés a ritmo constante.

12M (Kiel)

Un faquir sabe tragar cuchillos y no sentir dolor. Pero claro, un faquir se debe a su público.

13M (Viersen)

Viersen es un pueblecito de apenas dos mil habitantes, esto es –y midiendo en metros-, unas setenta veces más pequeño que León. En León, claro, hay unos doce bares por persona y día y un martes por la noche se pueden ver clientes en la mayoría de ellos siempre y cuando haya comida y bebida suficiente. En Viersen, sin embargo, hay muy pocos bares y un solo club llamado Conny’s Come-In que cada noche se llena de gente que va expresamente a ver conciertos. Música. Supongo que tendría que conocer menos de un sitio y mucho más del otro para que la comparación fuese justa y, además, necesitaría mucho más tiempo y espacio del que ahora dispongo para poder explicar todo lo que he visto anoche, pero el caso es que toda mi/nuestra suspicacia española ha tenido que mirarse a sí misma a la cara y reconocer con vergüenza la estrechez de sus recelos y, sobre todo, el contraste entre lo grande que es el mundo y lo pequeño que nos lo representamos. A nuestra medida – espero que no. Mientras escribo esto delante de una enorme mesa de desayuno, la niebla funde árboles y tejados; y pensar que dentro de dos días tomaremos el camino de vuelta resulta una idea cada vez más deprimente. Al principio creía que esta semana sería una especie de huida, de evasión; pero a medida que pasan los días y se ensancha el horizonte, se me aparece con nitidez que la única huida es encerrarse en una vida limitada por las paredes de prejuicios habituales y a salvo de cualquier impresión nueva que no esté tamizada por la costumbre, la convención o un cierto afán criminal de comodidad.

13N (St. Gallen)

Empiezo a sentir el mal humor de volver, asumir y continuar. Hoy hablábamos de Paul McCartney y John Lennon y, al hacerlo, he ido reconociendo los motivos por los que McCartney me parece el único y verdadero Beatle. Mientras Ringo Starr se dejaba arrastrar, George Harrison luchaba contra la evidencia de su inferioridad y John Lennon buscaba formas inverosímiles de adaptarse a una situación que le quedaba grande, Paul McCartney parece haber reconocido desde el principio el lugar que le correspondía y haberse limitado a ser él mismo; cada vez más él mismo.

14N (Viena)

Hoy he entendido para qué sirve la música. Lo he entendido tocando Drunk mientras Mario y Pepe recogían en una sala de Viena ya desierta. Viena, que es el final de muchas cosas y, por eso mismo, el principio de muchas otras que aún no soy capaz de ver con claridad pero que saben como la promesa de una mañana limpia y clara.

He tenido que esperar veintiocho años por esta noche y ahora todo lo que queda es la estática de una radio en una canción de Clem Snide. Una vez leí en algún sitio –creo que era Durrell- acerca de un personaje que mientras veía una puesta de sol era consciente de que a partir de entonces, cuando se representara el concepto puesta de sol, ésa sería la que tendría en mente siempre. No sé a qué asociaré todo lo que está pasando esta semana, pero de lo que estoy seguro es de que cada momento, hasta el más insignificante, será el arquetipo de una idea de aquí en adelante. Cada vez que una situación se convierte en la imagen prototípica del concepto que representa -solapando una situación anterior- una persona crece y su campo de visión se ensancha. No sé qué significará esto para los demás que, mientras yo escribo, duermen y asimilan y trabajan por dentro y después despiertan y vuelven a sitios que no conozco, pero para mí, qué vendrá después es una rotunda y soberana incógnita. No puedo saber con qué ojos veré a partir de ahora y, aunque fuesen los mismos, algo habrá cambiado en la forma de emplearlos. Mañana volverá París y nosotros seremos otra vez turistas y luego vidas viejas y ropa nueva.

Madrid, León, París, Saarbrücken, Hamburgo, Berlín, Kiel, Viersen, St. Gallen, Viena, París, León, Madrid: como un tren disfrazado de palíndromo que se llevase el miedo, las dudas y un tercio del cielo. Mañana volverá París.

OST Klub - Viena

15M (París)

Y llegó París después de trece horas de carreteras a tres columnas y por tres países distintos. Nos hemos pasado los últimos doscientos kilómetros gritando para no dormirnos y entre el cansancio y la sensación de septiembre en febrero, me cuesta controlar el mal humor otra vez. Viena por la mañana, cielos del S. XVIII y todo tan “real como […] volver de viaje con otro vistiendo tu cuerpo”.